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sábado, septiembre 30, 2006

Cuento cuentito cuento - Capítulo 6

En aquella habitación oscura llena de marineros un hombre repartía espadas a los hombres de su alrededor a la vez que les daba instrucciones. Entre esos hombres vio a Pedro. Cruzó aquella estancia para reunirse con él, aunque el reencuentro no le subió el ánimo ni un ápice.
– ¡Pedro!
–Hola Carlos. ¿Preparado para el combate? –dijo con aire juvenil y divertido. –Después de unos cuantos cañonazos saltaremos a ese barco, mataremos a esos tíos y nos quedaremos con sus tesoros.
–Pero tu brazo…
–Él no disfrutará de la batalla –dijo como si nada. –Es con el otro con el que manejo bien la espada.
Eso hizo recordar a Carlos que no tenía la menor idea de usar el arma.
– ¿Podré acompañarte?
–Sí, por supuesto. Pero no me confundas con ellos.
Ambos rieron de forma forzada.
La tensión se respiraba en el ambiente.


El barco ya estaba a tiro. Al grito de fuego, los cañones dispararon. Sólo unos pocos impactaron en el blanco, aunque no causaron grandes daños.
– ¡Fuego!
Otro estruendo infernal. Esta vez, las balas hirieron más al enemigo.
Tras otro estruendo procedente de la otra embarcación, una bala impactó en el casco del barco. Carlos vio a varias personas retorciéndose de dolor empapados en sangre tras la colisión. Cogió a Pedro de su único brazo, con el que sujetaba la espada, y subieron a cubierta. El barco estaba muy cerca. Alguien dejó caer una tabla que fue a parar a la cubierta del barco pirata a modo de puente.
– ¡Ahora!
Pedro salió disparado junto con más gente, y Carlos detrás de él, y corriendo por encima de la tabla llegaron al otro lado. Todo estaba lleno de hombres pelirrojos con cara desagradable que portaban una gruesa y corta espada, listos para la masacre.
“Como en el libro que le regalé a Carla…” pensó Carlos. Carla… ¿Volvería a verla…?
Todos desenvainaron sus espadas, los que todavía no las tenían preparadas, y una cruenta lucha comenzó en ese instante. Pedro, a pesar de estar manco, se manejaba bastante bien con su arma. Carlos, a pesar de su ignorancia sobre el manejo de la espada, pensó que por su propio bien debía intentar manejarse bien con ella.
El entrechocar de los metales aturdió a Carlos. Luchaba sin pensar. De vez en cuando notaba que algunas espadas le herían en los brazos, dejándole sólo algunas heridas leves, pero que aún así le dolían. Aunque lo que más le dolía era el corazón. Veía a Pedro arrebatando vidas sangrientamente. Igual que él. Y veía a Carla, en sus pensamientos.
Alguien que le agarró del brazo y le condujo hacia los camarotes inferiores y a las bodegas del barco le sacó de sus pensamientos. Era Pedro. Tenía también heridas superficiales, salvo una en su pierna que sangraba más que las otras, mas, a pesar de eso, Pedro seguía corriendo.
Al llegar a la bodega todo estaba lleno de esclavos encadenados. Recorrió con la mirada a aquellos infelices… y se le heló la sangre. Un escalofrío recorrió su cuerpo. No podía ser. No podía dar crédito a lo que estaba viendo. Era imposible…
– ¿Juan? ¿Juan del Castillo? –dijo con un hilo de voz.
Un andrajoso esclavo levantó su cabeza, cubierta por unos rubios y desordenados cabellos, y su mirada se topó con la de Carlos.
–No puede ser, ¿Carlos? –dejó lo que estaba haciendo y fue corriendo a reunirse con él, pero al intentar levantarse las cadenas de los pies le dieron un tirón y cayó de bruces dándose un duro golpe contra el suelo.
Carlos se acercó y le ayudó a levantarse, y se miraron durante un buen rato. Ninguno de los dos creía que lo que estaba sucediendo fuese real. Los dos hermanos se abrazaron. Unas lágrimas de emoción corrían presurosas por las mejillas de ambos. Tardaron en separarse. Tanto tiempo había pasado… Tanto tiempo habían estado separados…
Juan era el hermano que viajó a Persia con el dinero de la familia. Y ahora… estaba convertido en un esclavo. No tenía nada, salvo unas cicatrices recientes. Le habían robado todo su dinero… y el de su familia. Pero no importaba. Ahora estaba otra vez junto a su familia, o lo que quedaba ya de ella… Estaba con Carlos, su hermano dos años mayor que él, que siempre le había protegido y cuidado en la infancia. En unos fugaces momentos Juan recordó todo lo que Carlos hizo por él de niño y lloró todavía más. Estaba realmente arrepentido de lo que hizo con el dinero de su familia. Todos estos años estuvo arrepentido, pensado en que en realidad se portó como un egoísta.
Carlos se separó de su hermano y le puso las manos en los hombros para observarle de arriba abajo.
–Cuánto tiempo… ¿Qué fue de ti, hermano? ¿Cómo llegaste hasta aquí?
–Es una historia muy larga… –dijo con aire melancólico Juan sin mirarle a los ojos.
–Hermano…
–Lo siento… –dijo cabizbajo. Una lágrima más brotó de sus ojos.
Se volvieron a abrazar. A Carlos no le importaba esa historia. Ahora era feliz…
De repente, Carlos sintió una profunda punzada de dolor en la pierna. Le habían… ¿disparado? La sangre brotaba de la pierna empapando el pantalón. Carlos se agarró la pierna mientras notaba otro doloroso disparo en la espalda. Poco a poco fue cayendo al suelo. Desplomado, mientras se le iba nublando poco a poco la vista, vio a Juan gritando su nombre con lágrimas en los ojos. Vio a Pedro acercándose a él con la espada en la mano, y vio cómo se le heló el rostro con una mueca de dolor y caía al suelo ya sin vida con sangre en la cabeza.
Y medio muerto, medio soñando, vio la figura de Carla que se iba difuminando lenta y pesadamente en su cabeza mientras todo se tornaba negro. Pero en realidad no estaba allí. No… Carla estaba en su camarote, ajena a todo, preocupada por un nefasto presentimiento.
Ya no veía nada, y sólo oía ruidos y voces confusas muy, muy lejanas. Sentía un profundísimo dolor… y pensaba en Carla con amargura. Pensó que nunca la vería más. Era el fin. No la volvería a ver sonreír, ni a oírla hablar, ni reír… Y aunque siguiera con vida, todo eso para él sería la verdadera muerte.
Las nubes negras comenzaron a descargar los primeros rayos de la tormenta.

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